Revista de Guitarras

Astronomy Domine

La ciudad olía a algo extraño. Desde la entreabierta ventana de su apartamento, Lucy presentía que una decadente Europa se hundía y se estremecía y una ligera sensación de malestar le perforaba el corazón. La estampa de aquella ciudad perturbaba sus pensamientos y, como buscando una mirada de aprobación a su estado, se giró y observó la foto de sus padres que situada en su mesa de trabajo. Lucy se consideraba una pecadora sin remedio y por eso era creyente y confiaba en el perdón, en el amor y en la redención. Era también una manera práctica de ir por la vida. La vida… pensaba Lucy mientras seguía con la mirada perdida sobre aquella apergaminada ciudad. Una mirada triste se apoderó de ella, ¿en qué se había convertido todo?, ¿qué había sido de su mundo?

Una visión de diferentes personajes le vino a la memoria. Agachaba la cabeza y volvía a mirar la ciudad, una espesa capa recubierta de luz plomiza le producía cierto sopor y desasosiego al mismo tiempo.

Su corazón bullía como una locomotora escacharrada y no encontraba aliento posible; se sentó en el borde de la cama mientras consumía su tiempo. Esa era Lucy Bloomfield, una chica desesperada en el sentido más cruel de la palabra, esperando que un ángel le salvara de su infierno, un infierno que tal vez ella buscó y encontró.

Mientras sus pensamientos rebanaban sus sesos de chica mala, la voz de Roy Gallup interrumpió su aislamiento pasajero:

-Señorita Bloomfield, ¿se encuentra bien?

-Perfectamente, estaba pensando en algún mal nacido, ¿te suena de algo? -contestó Lucy mientras se quitaba el vestido de una pieza.

-Me suenan muchos nombres señorita Bloomfield -dijo cabizbajo Gallup.

-Prepárame el baño, necesito relajarme y, por cierto, llama a Norberto, siempre está perdido con sus tonterías.

Gallup necesitó unos minutos para llenar la bañera con agua y demás ingredientes relajantes, mientras Lucy hacía ejercicio en una cinta de correr, desnuda y ansiosa.

-Ya está el baño dispuesto señorita -anunció el militar reconvertido en sirviente.

Después de unos minutos de ejercicio, Lucy caminó con parsimonia hacia el baño, introduciéndose con sensualidad y pulcritud para perderse en las solícitas y embriagadoras espumas.

El olor a hembra era amplificado por el deseo de Gallup, un deseo contenido por su ciega obediencia a la hermosa Lucy.

Pasados unos largos y silenciosos momentos de paz, Norberto Ugarte entró en ese instante pidiendo disculpas a la muchacha.

-¿Y qué traes? ¿Alguna noticia? -dijo Lucy mientras levantaba una pierna y se enjabonaba.

-Es referente a Alan Connducci, parece que ha vuelto a las andadas pero esta vez en Europa -dijo el detective.

-Bueno, como nosotros. Al final parece que el viejo Connducci tiene más vidas que un gato -susurró Lucy mientras se levantaba para ser secada inmediatamente por Gallup con una enorme toalla.

-Al parecer Connducci lleva unos meses instalado en algún lugar de los Alpes suizos. Forma parte de un grupo de carácter hermético dedicado al estudio del fenómeno OVNI. Esa naturaleza secreta  hace creer que se trata de una organización compuesta por importantes investigadores muy conocidos en ese ambiente, al igual que Connducci -concluyó Ugarte.

-Parece interesante el asunto, ¿qué mas tienes? -dijo en cierto tono duro Lucy.

-Según mis averiguaciones se trata de una secta ufológica en la que se introducen elementos de esoterismo, no olvidemos los famosos casos del Humanoide y el Polígono Magnético. A mi modo de ver Connducci está absolutamente abducido por ese universo de platillos volantes en el que lleva toda la vida.

-¿Cuándo crees que se trasladó de América a Europa? -preguntó Lucy mientras se acomodaba en un sofá.

-Poco después de que lo hiciéramos nosotros. Connducci quiere llegar hasta el final y una manera de hacerlo es formando parte de una poderosa secta ufológica de nivel mundial -dijo Ugarte.

-El tema es más que sofisticado, yo diría que peligroso -afirmó Lucy con un  tono de cierto misterio.

-Así es señorita Lucy, Connducci es un estudioso pero también es un devoto y creyente del tema.

-Ahí radica el peligro -dijo pensativa.

-Y bien, Ugarte, ¿y qué hay de John Wesley? -continuó.

-Sinceramente nada -contestó de forma tajante el detective-. Se evaporó.

Lucy saboreaba un vodka con hielo mientras se acariciaba los muslos, su minifalda y sus sandalias de altísimo tacón hacían el resto ante sus dos asistentes.

-¿Nada?

-Aunque parezca mentira, el asunto Wesley no tiene una explicación concisa. Él perseguía leyendas urbanas y acabó convirtiéndose en una de ellas -aseveró Ugarte.

-¿Crees que aparecerá algún día? -preguntó con cara de interés.

-Es muy posible y puedo asegurar que de la manera más extraña, tal y como lo hizo Connducci en su día.

-El resto de chicos están controlados, ¿no es cierto? -preguntó Lucy con cara de satisfacción.

-Si, a decir verdad no creo que aparezcan en tu nueva vida -afirmó muy seguro Ugarte.

-Bueno, esa afirmación es inexacta -dijo Lucy mientras balanceaba sus piernas con laxitud.

-Ronnie Valmo, Kurt Wanda…, darían su vida por besar tus pies. Eso es tan cierto como que el sol sale cada día -contestó Ugarte con cierta solemnidad.

-Es imposible saber qué sucederá querido Norberto, pero sí te diré que casi es mejor que se queden de momento donde están -concluyó Lucy.

-Ahora solo me interesa Connducci, sería interesante conocer los entresijos de ese grupo de iluminados. ¿Te imaginas, Ugarte, convertirme en la reina de esos pervertidos? No me conformo solo con ser la reina de las zorras -dijo sonriendo la muchacha.

-¿Ser adorada en un templo de locos cósmicos? Me produce escalofríos pensar tal cosa -dijo Ugarte mientras se ponía una copa.

-Todo es posible, amigo mío: supón que llego a Connducci, supón que lo atraigo y le propongo que me enseñe su organización, sería una forma o tal vez la única de formar parte de ese grupo -dijo Lucy mientras se levantaba y se asomaba a la ventana de su estudio.

La joven muchacha se estremecía de placer al pensar en una situación de unas características tan insanas, se acariciaba la melena y chasqueaba los dedos mientras sonaban viejos éxitos de Cliff Richard & The Shadows en el equipo de música.

En ese momento su sirviente volvió a entrar en la sala con una bandeja en el que tan solo había un resplandeciente vaso de whisky con un contenido rojo más brillante si cabe. Lucy se acercó de forma lasciva mientras se pasaba la lengua por los labios.

-Sangre fresca, vigorosa, oxigenante…, incandescente -decía la muchacha mientras tocaba el vaso con suavidad.

-¿De quién es? -preguntaba mientras miraba a Gallup.

-De un chico del centro de la ciudad, lo localicé el pasado sábado por la noche, no sufrió. Le extraje la sangre, no opuso resistencia. Después lo dormí. Al final no fue necesario matarlo -dijo Gallup con cara de felicidad.

– Las manos manchadas de sangre inútil no conducen a ninguna parte -dijo Lucy mientras observaba el vaso entre sus finos dedos.

Al final todo era una de esas pantomimas que tanto le gustaba hacer a la viciosa de Lucy, se trataba de un jugoso cóctel de Bloody Mary con dos gotitas de sangre  perteneciente a algún muchacho de la ciudad.

Una exquisita copia de un retrato de Juan Calvino de Tiziano adornaba la lujosa estancia. Lucy volvió a contemplar la gélida ciudad que se alzaba a lo largo de un tapiz imperial de calles con cierto aire lascivo, aquel era su nuevo hogar, un ático lleno de espacio y de luz, un espacio que le proporcionaba el poder y placer suficientes, muy cerca del lugar donde Connducci realizaba sus actividades.

Bebió entre espasmos de placer el contenido de aquel vaso y volvió a acomodarse en su sofá de diosa pagana.

Roy Gallup comenzó su sesión diaria de ejercicios y llaves de Krav Maga, algo muy habitual en el ex militar. Era evidente que utilizaba esas habilidades para reducir a jóvenes a los que extraía sangre para su joven ama, todo estaba muy bien trazado y cada uno tenía su función en aquel organigrama de perversión.

El “Ridin’ The Tiger” de Gluecifer sonaba con fuerza mientras el sudoroso Gallup continuaba con sus movimientos de precisión. Lucy suspiraba  desde su sofá a la vez que manoseaba y acariciaba con sus uñas la portada del disco, unas caricias que se enviciaban de manera insistente canción tras canción.

De repente, un pensamiento cruzó por delante de ella, un pensamiento que se desvaneció de manera instantánea dejando una especie de aura luciferina, un aura espesa como la sangre oxigenada de algún joven.

Sus ardores febriles eran pertinaces, un ardor compuesto de deseo, de incesante deseo por conseguir  todo aquello que se proponía.

Toni Garrido Vidal

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