Revista de Guitarras

Fender Princeton Brownface 1963

 “Tigre, la tostadora sigue sin funcionar. Tanto cable y tanto chisme pero la tostadora sigue-sin-funcionar”. Todo empezó en la cocina de Clarence Leónidas Fender en 1950. Con el mismo descaro que la suegra que copia las recetas del cartón de harina, Clarence Leónidas (seguro que odiaba que le llamaran así) copio el diseño de una caja de válvulas y de ahí nació lo que acabaría siendo el mítico 5F3 – también conocido como “FENDER CHAMP”. El tatarabuelo chic del amplificador moderno. Para cualquier connaisseur de amplificadores con lamparitas = EL AMPLI para grabar.

 

Fender evolucionó en la escala trófica hasta llegar al mítico Twin Reverb (ob­viando trastos súper-turbo-power como el Quad Reverb y otros engendros) pasando por amplificadores como el Princeton, algo así como el primo mayor del Champ con tupé, chupa de cuero y poesías de Lord Byron en los bolsillos. Chulo, rebelde y refinado a la vez. Este Fender Princeton Brownface de 1962 está a medio camino entre los tweed y los blackfa­ce, sólo se hicieron entre 1960 y 1963, antes de pasar al hermano negritón, la tercera evo­lución del Princeton. Chock’n’Roll, Chocolate para gourmets del rocanrola.

Cuando recibí este ampli dije “me la han colao, le voy a mandar recuerdos al ingresito y toda la pérfida albión”. Estaba demasiado nuevo. El tolex no tenía ni una marca. El grill no sólo estaba nuevo, sino que olía a nuevo. Todo estaba en su sitio. Lo compré de una tienda inglesa que me lo vendió como “mint” a un precio irresistible y me daba igual si el tolex/mueble/grille no era original – por el precio valía la pena. Reconozco que me tem­blaba la Black & Decker en la mano antes de desatornillar el chasis. Lo abrí y estaba vir­gen. Aun así le escribí al inglés: “Polmacarni del Jesús, estás SEGURO SEGURO SEGURO que este ampli es todo original?”. Me contestó que lo había limpiado/restaurado el payo de Cornell Amps y que estaba dispuesto a escri­birme una carta para confirmar que era fetén. Seguía desconfiando así que escribí a un par de contactos yankis y tras leer su respuesta mi mujer me preguntó si había estado miran­do porno otra vez. Efectivamente, era 100% original. Ni una marca y el miembro como el cerrojo de un penal. Le dije a mi señora que sí que había estado mirando porno, pero no el de siempre.

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Me lo llevé al local cagando melodías y en­chufé una tele setentera. Casi eyaculo el con­tenido íntegro de una piscina municipal. Sin palabras. Era el sonido de todos esos discos de los años sesenta/setenta a mis pies.

Se han grabado cientos de discos con Prin­cetons. Seguro que miles. Muchos músicos de sesión norteamericanos no salían de casa sin un Princeton o un Champ debajo del brazo. Es más, Duane Allman grabó con uno de estos a todo trapo en muchos discos. Zoot Horn Rollo de Captain Beefheart juraba por sus Fenders pequeños (besándose el pulgar mientras aga­rraba su collar de oro con la medalla de la Vir­gen Sor Raimunda con la otra). Y hasta al mis­mísmo Keith Richards decía en una entrevista que para sacar a pasear sus Tweed Twin, pero para el estudio sólo quería Fenders pequeños al lado de una buena copa de coñac. ¿Quién no se acuerda del famoso solo del Sultans of Swing? Grabado con un Vibroverb marroncito, el hermano mayor del Princeton.

¿Por qué duraron tan poco los Princeton marroncitos? Fender empezó con una idea en la cabeza y fue evolucionando hasta conseguir un amplificador lo más limpio posible (y luego CBS se pasó tres pueblos a mediados de los setenta con trafos ultralineales en Super Re­verbs, Twin Reverbs, etc., sí sí, esos amplis que dan tan mala fama a todos los silverface por ser tan finos como cuando mi abuela hace un orín). Esa evolución fue quemando cartuchos y dejando diseños obsoletos detrás. El Princeton Brownface duró escasamente tres años, entre el 60 y el 63, dando paso a al negritón Prince­ton, con y sin reverb.

En los años 50 los guitarristas querían eso mismo: limpio, limpio, limpio y volumen. Eso no era posible porque la tecnología no había evolucionado lo suficiente así que se tenían que conformar con tweeds a todo trapo. El grupo que tenía pasta se pillaba un Bassman y se enchufaban todos a la vez (y si no que se lo digan a Gene Vincent). El rock’n’roll era la música de Satán y Buddy Holly estaba demasiado ocupado en poner cara de bueno para las madres, mientras fornicaba como un descosido con las groupies en el came­rino, haciendo turnos con Little Richards. Me juego el cuello a que desenchufaba esa preciosidad de strato sunburst antes de salir corriendo al camerino entre canciones, sa­carse la chorrina y atacar a Peggy, la rubia de la primera fila con unos pechos que desa­fiaban la ley de la gravedad. Probablemente venía de tocar un Princeton.

Por desgracia (para el coleccionista sobre todo), hoy en día los tweed/brown/blonde son los más buscados por ese sonido “roto” y úni­co. Leo lo hizo bien a la primera.

Construcción

Comparado con su predecesor tweed, el Prin­ceton Brown añade trémolo – así siguió en las encarnaciones blackface y silverface. Usa una 5Y3GT, la válvula rectificadora que usaron unos cuantos años antes de que Fender cambiara a la mítica GZ34/5AR4. Por otro lado, los cambios más evidentes fueron el cambio de tweed a to­lex marrón, controles marrones y redondos en lugar de los “chickenhead” y la evolución del mueble a algo más pequeño y compacto.

Aquí no hay secretos – típica construcción Fender sesentera: mueble de pino con cons­trucción “dovetail”, tolex marrón, grille amari­llo, panel frontal marrón y un look que te dan ganas de frotarte las esquinas con la entre­pierna. Más de uno lo ha hecho con el asa de cuero. Controles delante, entrada de altavoz a 8 Ohm detrás y entrada para conmutar el tré­molo, aunque en algunos estados del sur de los EEUU te pueden meter en la cárcel dos semanas con los violadores si desconectas el trémolo (estoy totalmente de acuerdo). Detrás tiene un jack para altavoz externo y hay una mod para convertirla en salida a línea, perfec­ta para sitios más grandes donde te puedes enchufar directamente a la mesa o si quieres tocar en limpio con suficiente potencia.

El cable es el original sin tierra de dos pirulos, en breves se cambiará al de tres con su toma de tierra. Queda muy chulo, pero la seguridad ante todo. Creo que el asa de cuero no es original, es idéntica pero está demasiado nueva, aquí sí que es raro que se mantenga en tan buen esta­do después de tantos años. El ampli parece que ha pasado por la cápsula del tiempo.

No es un ampli demasiado grande por el cono de 10”, está a medio camino entre un Champ y un Deluxe Reverb, pesa poquísimo, se puede llevar a cualquier y lado y lo más im­portante – ¡SUENA!

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Canales y controles

No tiene mucha historia – cuatro pirulillos marrones (volumen, tono y la parte del trémo­lo, con velocidad e intensidad), un solo canal y el resto es puro rocanrola. Lleva dos entradas, Hi y Low. Más sencillo imposible. En el canal Hi el ampli satura antes, es menos civilizado. El canal Low me da la sensación que se come algo los graves, mejor para tocar con más ran­go de limpio, es una cosa muy típica en amplis Fender. En la primera entrada hay dos resis­tencias de 68k en paralelo, lo que significa una resistencia final de 33k. En la segunda entrada una de las dos resistencias va a tierra, actúa como divisor de voltaje y por lo tanto recorta la señal a la mitad.

Sonido

¿A quién no le gusta una buena 6V6? Si has­ta lo dicen los cánticos populares “al que no le guste una 6V6, es un animal, es un a-ni-maaaal”. El Deluxe Reverb es el epitomo del ampli redondo, dulce, suave abajo y cabreadí­simo arriba. El Princeton blackface lleva casi la misma configuración (es el mismo circuito pero con un canal). Este Brownface está a me­dio camino entre los tweed y los blackface. 6V6 es sinónimo de dulzura, calidez y frotamiento intensivo durante varias horas.

Es curioso, siempre he pensado que no hay absolutamente nada igual que un buen Fender con bias por cátodo. Ese sonido esponjoso, dulce y un pelín cabroncete a la vez, que pide guerra, que rompe en cuanto lo exprimes – ESE sonido de tantos discos… es inigualable. Sin embargo este ampli de bias fijo tiene “algo”. Quizás tenga que ver con la rectificadora 5Y3GT y el famoso “sag”, otro que tal baila – le otorga un sonido cremoso y dulce arriba, da igual al volumen que toques, siempre es agradecido.

Y lo más curioso – lleva el nombre Fender, pero los Princeton anteriores a la época blackfa­ce no son los más limpios del mundo. Son más mediosos, mucho menos incisivos y con bastante más mala leche. Es decir, son más rocanrola que chicken picking. Abajo son bastante gordos, en­dulzan y quitan mucha aspereza de las singles de Fenders, pero es arriba donde empieza la magia.

Girar el control de volumen sin miedo a mo­lestar a Puri, la del 4ºB, es una experiencia simi­lar a tu primera erección. Si sigues subiéndolo ya entras en terreno “mi primera tetita”. A partir de la mitad hay que pensar en el Sargento de Hierro para evitar la eyaculación inminente. Y aquí viene lo bueno – después de probar Fenders y Fenders, el punto G está un pelín antes del 10. Al 10 me da la sensación de que está demasiado pasado de vueltas, como cuando miras a la cer­veza y dices “me bebo esta y mañana va a doler”. Al 8 tienes las válvulas casi a tope, saturación de válvulas de potencia al cubo, el ampli parece que va a estallar, pero el sonido sigue siendo contro­lable. Suena tan bien que hasta en los manuales originales de Fender aconsejan utilizar pañales antes de entrar en el local de ensayo y enchufarlo por primera vez.

El sag de la rectificadora te pide subir el cacharro entre el 7 y el 9 para darle cera con un buen en­trante de blues grasiento, un pri­mer plato de rocanrola sesentero, seguido de un segundo de Link Wray. Y de postre un Rocket 88 con pacharán. Olvídate de surf, funk o jazz, este ampli quiere guerra. Y como en cualquier buen Fender, puedes jugar con el control de volumen de la gui­tarra para sacarle cien mil sonidos. Par mi gusto es el mejor booster del mercado – el pirulillo de volumen de tu strato enchufado a un fender viejuno, a ser posible en formato chocolatina gigante.

La sensación de tuve al enchufarme al Chock’n’Roll por primera vez es idéntica a la que tuve cuando terminé de montar mi se­gundo ampli, un Tweed Deluxe 5E3. Le man­dé un emilio a Dios (mi gurú de 16 ohmios, una mezcla entre Shrek y Lina Morgan de feo) y acordándome del nombre de un tema de Hendrix le dije “pitufín, esto suena como cuando los dioses hacen el amor”.

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Conclusiones

En los tiempos que corren sólo podemos asegurar dos cosas: que mi madre sigue sin saber cocinar y que el Princeton Brown­face es el rey del rocanrola en espacios reducidos. De hecho, cualquier Prince­ton te vale. Así que píllate un Princeton viejuno, déjate las greñas a lo Camilo Sesto, cambia el fardapou por el ga­yumbo de pana, apaga la tele y encien­de el ampli.

Cualquier ampli pequeño de Fender es una maravilla para grabar y el Princeton tiene suficiente volumen para tocar en garitos pequeños o medianos. Le encanta que le estru­jen la orejilla, quizás es un pelín justo para tocar en limpio, nada que no se pueda solucionar con un buen micro. De hecho, hay mods para con­vertir una de las salidas en una salida de línea para tirar directamente de mesa, tal y como co­mentaba más arriba. Los Blackface y Silverface son más limpios y más refinados, pero también les gusta que les estrujen ese control redondico que dice “Volume”. El Princeton Brownface es una máquina de rocanrola, con una buena Fen­der Tele/Strato le sacas unos sonidos sesenteros impresionantes. El trémolo es celestial, suena a Born on the Bayou de CCR. Lo bueno y lo malo es que de repente quieres usarlo para todo.

Hace años que soy un fiel defensor de la doc­trina “menos es más”. Los amplis de 100w para el que toque en estadios y a mí que me den un buen 15/20w para ponerlo al diecisiete. Acojona, pero el control de volumen del Princeton Brown­ saber cocinar y que el Princeton Brown­face es el rey del rocanrola en espacios reducidos. De hecho, cualquier Prince­ton te vale. Así que píllate un Princeton viejuno, déjate las greñas a lo Camilo Sesto, cambia el fardapou por el ga­yumbo de pana, apaga la tele y encien­de el ampli.

Cualquier ampli pequeño de Fender es una maravilla para grabar y el Princeton tiene suficiente volumen para tocar en garitos pequeños o medianos. Le encanta que le estru­jen la orejilla, quizás es un pelín justo para tocar en limpio, nada que no se pueda solucionar con un buen micro. De hecho, hay mods para con­vertir una de las salidas en una salida de línea para tirar directamente de mesa, tal y como co­mentaba más arriba. Los Blackface y Silverface son más limpios y más refinados, pero también les gusta que les estrujen ese control redondico que dice “Volume”. El Princeton Brownface es una máquina de rocanrola, con una buena Fen­der Tele/Strato le sacas unos sonidos sesenteros impresionantes. El trémolo es celestial, suena a Born on the Bayou de CCR. Lo bueno y lo malo es que de repente quieres usarlo para todo.

Hace años que soy un fiel defensor de la doc­trina “menos es más”. Los amplis de 100w para el que toque en estadios y a mí que me den un buen 15/20w para ponerlo al diecisiete. Acojona, pero el control de volumen del Princeton Brown­face es como el chisme ese de la ouija – si es­tás en un sitio a solas y medio a oscuras pon la mano sobre el control de volumen, que se te va a ir hacia la derecha casi de forma involuntaria… te pone mirando a Cuenca en cero coma…

El Deluxe Reverb siempre será mi ampli “to­doterreno” favorito pero el Princeton le sigue muy de cerca (con el permiso del Tweed Deluxe 5F3). Por mucho que le ponga los cuernos con otros trastos, el “Chock’n’Roll” seguirá estando en mi top ten particular de los mejores amplis hechos por la mano del hombre. Está claro que Clarence Leónidas (no me extraña que su mujer le llamara “Tigre”…) lo hizo bien a la primera.

Chals Bestron

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